La guardiana del aullido. Jardines de Resistencia – Exploraciones estéticas en la ruralidad

En el corazón vivo de la reserva Barbas Bremen, donde el bosque aún conversa con quienes saben escuchar, emerge una gran mona aulladora como símbolo de resistencia y cuidado. 

No es un mono cualquiera: es madre.  En su regazo sostiene a su cría, recordándonos que la vida en el territorio se transmite, se protege y se hereda. Durante cinco días, el color fue un acto de presencia. La escultura —de casi seis metros de altura, se convirtió en un cuerpo dispuesto al diálogo. Pintarla no fue solo una acción estética, fue un encuentro con el paisaje, con los sonidos del bosque, con las historias invisibles que habitan la ruralidad.

                                          








Los artistas Miguel Ángel Gómez, Andrés Obando y Hugo Tangarife intervenimos la escultura desde la experiencia compartida, entendiendo el arte como un gesto colectivo y el territorio como un maestro silencioso. Cada color aplicado fue una forma de escuchar, una manera de honrar la biodiversidad que habita la reserva y la bioculturalidad que entrelaza naturaleza, memoria y comunidad.

 Que sea mona y no mono es una decisión simbólica y política. En lo femenino se encarna el cuidado, la defensa de la vida, la fuerza que sostiene sin dominar. Su aullido no es amenaza: es llamado, advertencia, canto ancestral del bosque que recuerda la fragilidad y la potencia del equilibrio natural.

Agradecemos profundamente al señor Gonzalo Mejía, propietario del territorio, por confiar en esta labor creativa y permitir que el arte se inscriba en el paisaje como una forma de respeto y diálogo con la naturaleza.

Hoy, esta mona aulladora observa el territorio con la serenidad de quien protege, de quien sabe que resistir también es cuidar, y que el arte puede ser raíz, refugio y semilla.








Arte ecológico y territorio rural: una práctica de resistencia

La intervención de la escultura de la mona aulladora hace parte del proyecto Jardines de Resistencia. Exploraciones estéticas en la ruralidad, una propuesta que entiende el arte como una herramienta sensible para reflexionar sobre la relación entre los seres humanos y la naturaleza.

Desde el arte ecológico y contextual, las prácticas artísticas se desplazan del museo al territorio, del objeto aislado a la experiencia compartida. En contextos rurales, el arte no solo se observa: se camina, se escucha, se habita.

 Intervenir una escultura en medio de una reserva natural implica asumir una postura ética frente al paisaje. No se trata de imponer una imagen, sino de dialogar con la biodiversidad existente, con las especies que habitan el lugar y con los saberes que emergen del contacto directo con la tierra.

 La mona aulladora, como especie emblemática del territorio, se convierte en un símbolo de resistencia biocultural. Su presencia recuerda la urgencia de proteger los ecosistemas, pero también la necesidad de fortalecer los vínculos afectivos entre las comunidades humanas y el entorno natural.

En Jardines de Resistencia, el arte se concibe como un acto de cuidado, una forma de sembrar preguntas, de activar la sensibilidad, de construir conciencia desde la experiencia estética. Así, cada intervención se transforma en un jardín simbólico donde el color, la memoria y el territorio crecen juntos.






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